lunes, 29 de marzo de 2010

LA SOCIEDAD INMOLADA Miguel Grinberg*

Obra de Antonio Berni



"Nosotros somos un pequeño género humano, poseemos un mundo aparte; cercado por
dilatados mares, nuevo en casi todas
las artes y ciencias, aunque en cierto modo
viejo en los usos de la sociedad civil".

SIMON BOLÍVAR (1815)


I - El Titanic de cada día

Todo país que malgaste a su juventud, condena a su sociedad al fracaso interminable. Argentina en particular, y Latinoamérica en general, se inscriben en ese fatídico ritual. Sería muy simplista culpar por ello a las idiosincracias aluvionales que configuraron su población desde los días del "Descubrimiento" (mas bien un "Encubrimiento"), a los endémicos regímenes totalitarios, o a recurrentes designios imperiales precipitados desde otras latitudes. Pero en verdad, aquí la inmolación social no se produce como efecto de una causa específica: es como un virus enquistado en las propias entrañas de la población y que irrumpe toda vez que las circunstancias históricas favorecen su proliferación. Y sus nefastas ritualidades caníbales.

Existe una honda diferencia entre "poblar" y "habitar". El poblador simplemente ocupa un espacio físico. Llega desde algún otro punto del mapa, tanto el interior del país, como un país limítrofe o una comarca asiática. Llega y se posa en la superficie de las cosas y los sucesos, distante, epidérmico, funcionalmente ajeno. Está presente apenas para solucionar lo que considera sus problemas: lo demás no le concierne. En cambio, un habitante tiene vocación de arraigo, se entrelaza con el paisaje y los seres que allí conviven, se vuelve parte del clima, brota o se marchita con las estaciones del suelo y del alma. Es espontáneamente ecológico, puesto que en griego "oikos" significa morada, hábitat.

En 1961, Marco Denevi nos decía: "El argentino (el habitante de la Argentina desde Pedro de Mendoza a nuestros días) tiene una mentalidad de huésped de hotel. El hotel es el país. Y ya se sabe: un huésped procura que lo atiendan bien a él, se interesa únicamente por que no hayan goteras en su habitación, protesta por el pelo que aparece en su sopa, revisa escrupulosamente su sopa, pone el grito en el cielo si le cobran de más y, cuando puede, paga de menos. Pero un pasajero de hotel "no se mete". No se mete con los otros pasajeros (los cuales, si tienen goteras en sus cuartos, si encuentran un pelo en la sopa, si les cobran de más; que vayan a la 'recepción' y se quejen). Y si los administradores administran mal, si los administradores roban y hacen asientos falsos en los libros de contabilidad, es asunto del dueño del hotel, no de los pasajeros. Eso sí: cada huèsped trata de quedarse con las cucharitas, las toallas y los ceniceros del hotel, porque el dueño del hotel es muy rico (es muy rico, y no se sabe , concretamente, quién es). Y entretanto a cada pasajero lo está esperanza en otro sitio, su futura casa propia, ahora 'en construcción'. Quizás algún día los argentinos nos convenzamos de que este hotel de tránsito es nuestro único hogar. Que no hay ninguna Argentina --visible o invisible-- esperándonos en alguna otra parte". [1]

Ante cualquier situación nefasta, los argentinos tienen por costumbre salir a buscar vehementemente a quién echarle la culpa. Puesto que nadie tiene las manos limpias, la coartada consiste en señalar a alguien con un dedo acusador, y pedir de inmediato que le corten la cabeza. Esto rige tanto para los colapsos financieros como para las catástrofes ambientales. Por lo demás, los temas profundos o complejos son patrimonio de "otros" que con seguridad se ocuparán de poner las cosas en su lugar. Y como eso jamás ocurre, a través de las décadas se ha ido consolidando una rutina de la queja y el resentimiento, cada vez más sospechosa, y más tenebrosa. No sorprende entonces de los después lloradísmos "chicos de la guerra" hayan estado dando sus vidas por la patria en los combates de las Islas Malvinas contra las tropas británicas en 1982, mientras en la Capital Federal los hinchas locales atestaban los estadios de fútbol.

Los primeros oportunistas que se implantaron en las pampas bárbaras --donde no había riquezas aztecas, mayas o incas, sino anónimas bandadas de nómades semidesnudos-- fueron llamados "Señores de la Nada" por Ezequiel Martínez Estrada. "Ante el vacío inexpresivo, era inútil pensar en pueblos que conviven una vida de trabajo, en animales domesticados, en huertos, en mercados... había tomado posesión de todas las tierras; era el Conquistador un héroe sobre un país vencido, donde sólo tenía que pedir a su capricho. No había venido a poblar, ni a quedarse, ni a esperar; vino a exigir, a llevar, a que le obedecieran. Así perdió toda idea de medida, de orden...Estaba vencido. No tenía que conquistar sino que poblar; no tenía que recoger sino que sembrar; no iba a entrar al gobierno de su ínsula sino a trabajar y padecer. Tomó posesión de este baldío en nombre de Dios y del rey, pero en el fondo de su conciencia estaba desengañado. Había de mentir sobre el valor positivo de sus sueños, como en los nombres irrisorios que daba a las regiones donde no hallaba lo que esperaba. Así clavó la cruz y el rollo y desafiaba a la voz de su conciencia, cuando, armado, blandía la espada y retaba al condómino ausente. Porque no había quien reclamase la posesión de la nada sino nadie Y ese nadie, que sólo existía dentro del dominador, era la voz de su fracaso". [2]

Desde los orígenes de nuestra sociedad, el existir cotidiano se abonó con el rencor: los primeros españoles se esmeraban en robarles sus mujeres a los indios, que su vez les devolvieron la afrenta cuando --una vez llegadas a suelo americano las europeas-- muchas de ellas se convirtieron en "cautivas" de los aborígenes. Los americanos nativos nacidos como resultado de esa hosca pulseada genital, no fueron frutos del amor sino del odio. De ahí la melancolía desarraigada del "gaucho", posiblemente por su naturaleza de hijo "guacho". Mucho se escribió después sobre el choque entre civilización y barbarie, valorizando la primera y denostando la segunda, en el afán de parecerse a los europeos. Entretanto, a medida que se iba rumbo a lo que finalmente se llamó república: guerras civiles, feroces emprendimientos bélicos contra Paraguay o Chile, el vicio de matar, o sea, el éxtasis de los infelices.

Cuando algún día se haya avanzado en la arquitectura profunda de la Ecología Social, podrá estudiarse el pasado argentino como un problema de ecosistema devastado. Ahora impresiona todavía como una embrollada madeja que los historiadores sectarios (tanto de derecho como de izquierda) adulteraron a mansalva para calzar la realidad en casilleros forjados en otras latitudes y al servicio de intereses foráneos. Éramos espléndidamente nuevos, pero al mismo tiempo, prisoneros de formas deformantes, fuimos viejos antes de florecer.

A cierta altura, iniciado el siglo 20, decenas de miles de emigrantes italianos y españoles desembocaron en Buenos Aires porque sobraban en Europa y el sueño de "hacer la América" inflamó el aliento de otros opacos desarraigados. En ese oleaje de mano de obra barata había gente de otras comarcas, de allí que se recuerde la "mano de obra polaca" en la construcción del Obelisco y del Subte A. Fueron sombras que se sumaron a los espectros del indio diezmado por la Conquista del Desierto y del gaucho asfixiado por las alambradas (convertido luego en el malevo del arrabal amargo). En esas almas germinó la semilla del tango.

En su biografía de Enrique Santos Discépolo, hijo de napolitanos, nacido el 23 de marzo de 1901, gran cronista del hambre porteño de los conventillos, recuerda Norberto Galasso: "De pronto, en 1929, el mundo todo se conmueve ante un tremendo crack financiero. Los cimientos del sistema capitalista se resquebrajan: es el jueves negro de Wall Street... A través de las corridas financieras y del brusco descenso de los precios internacionales, las semicolonias se ven envueltas en el proceso depresivo, recayendo sobre sus débiles economías el mayor impacto de aquella tragedia mundial. En la Argentina, Yrigoyen intenta vanamente paliar los efectos de la onda cíclica, mientras la oligarquía se dispone a tomar el poder para mejor cobijar sus intereses en peligro. El huracán de la crisis afecta, por supuesto, a Discépolo. Su precaria situación económica se torna aún más grave, al mismo tiempo que su sensibilidad de poeta se conmueve profundamente ante el panorama social que lo rodea. Legiones de desocupados ambulan aquí y allá, arrastrando sin rumbo su miseria y su desesperación. Los cartelitos de ´no hay vacante´ se multiplican, las construcciones se paralizan, los empleados públicos no cobran y las quiebras se suceden en cadena. Al cruzar frente a la dársena, a pocas cuadras de la Casa Rosada, Enrique contempla con dolor la Villa Desocupación, un mundo de desvencijadas casillas de lata donde se cobijan miles de ex hombres. Más tarde, al caminar por la Corrientes angosta, observa el desfile de la tristeza con sus ´esclavas blancas´ y sus traficantes de drogas. En los barrios, la tuberculosis ahoga con su abrazo fatal, mientras las muchachitas desaparecen sospechosamente y las madres obreras exprimen hasta el fin ese peso fuerte tan escaso ahora. La falsa y rosada visión del país opulento granero del mundo estalla en mil pedazos, brotando por todos lados la verdadera imagen de la Argentina subordinada y expoliada, esa sufrida Argentina cuyo drama muerde dolorosamente al poeta de la calle". [3]


II - Azares del "subdesarrollo"

La Segunda Guerra Mundial (1939-1945) ocurrió lejos de nuestro país, que dudó largamente en declararle la guerra al Eje nazi-fascista, en tanto la bandera con la swástika ondeaba sobre el frente del Jousten Hotel, en la esquina de avenida Corrientes y 25 deMayo. Colombia y Brasil enviaron soldados a combatir junto a los Aliados, en tanto Argentina --ya definida a favor de los mismos-- les vendía abundantes pertrechos de cuero y alimentos. Un muy buen negocio que tiempo más adelante induciría al presidente Juan Perón a comentar que resultaba casi imposible caminar por el Banco Central dada la cantidad de barras de oro allí acumuladas.

El jolgorio no duró mucho tiempo. El irreversible fin de fiesta --para América Latina, Africa y Asia-- estuvo a cargo del presidente estadounidense Harry S. Truman, quien con un simple discurso sumergió en el desván de la historia a 2.000 millones de habitantes del Tercer Mundo, mientras un generoso Plan Marshall derivaba sumas cuantiosas para reconstruir Europa occidental, mercado entonces crucial para EEUU.

En su discurso inaugural como 33º presidente de la Unión en Washington, el 20 de enero de 1949, inauguraba la Era del Desarrollo, declarando al Hemisferio Sur como "subdesarrollado", en base a una perspectiva eurocéntrica según la cual toda forma de sociedad que no reflejara los valores de Occidente era de naturaleza "atrasada" y no poseedora en sí de validez alguna.

Dijo Truman (entre otras hazañas, autor de la orden de arrojar bombas nucleares sobre Hiroshima y Nagasaki): "Debemos embarcarnos en un osado y nuevo programa para hacer que los beneficios de nuestros adelantos científicos y progresos industriales estén disponibles para la mejora y el crecimiento de las áreas subdesarrolladas". Hoy, la presencia dominante en nuestras ciudades de locales de McDonald's y Burger King coronan medio siglo de infatigable contribución a la mejoría de la calidad de vida de toda la gente, que alegremente paga U$S 1,80 por un cucurucho de papas fritas de 60 gramos, en un país donde por 0,40 centavos se pueden comprar dos o tres kilos de papas en cualquier feria o mercado.

La doctrina Truman quedó claramente expuesta en los párrafos siguientes de su alocución: "Más de la mitad de la gente del mundo vive en condiciones próximas a la miseria. Su comida es inadecuada. Son víctimas de enfermedades. Su vida económica es primitiva y está estancada. Su pobreza es un impedimento y una amenaza tanto para ellos como para las áreas más prósperas... Estados Unidos es predominante entre las naciones en el desarrollo de las técnicas industriales y científicas. Los recursos materiales que podemos permitirnos usar para asistir a otros pueblos son limitados. Pero nuestros imponderables recursos en conocimiento técnico crecen constantemente y son inagotables... Nuestra meta debería ser ayudar a los pueblos libres del mundo, por medio de sus propios esfuerzos, para que produzcan más comida, más vestimentas, más materiales de construcción, y más energía mecánica para iluminar sus cargas... Invitamos a otras naciones a que sumen sus recursos tecnológicos en este emprendimiento. Sus contribuciones serán cálidamente bienvenidas. Esta debería ser una empresa cooperativa en la que todos los países trabajen juntos a través de Naciones Unidas y sus agencias especializadas donde sea practicable. Debe ser un esfuerzo mundial para el logro de la paz, la abundancia y la libertad... Tales nuevos desarrollos económicos deben ser proyectados y controlados en beneficio de los pueblos de las áreas donde se implanten. Las garantías para los inversores deberán ser equilibradas con las garantías de las gentes cuyos recursos y cuyo trabajo se aplique a tales desarrollos."

Medio siglo después, más de la mitad de la gente del mundo vive en condiciones próximas a la miseria: no dispone de alimentos suficientes, muere a raudales como consecuencia de enfermedades antiguas (tuberculosis) o nuevas (caso Sida en Africa), la contaminación ambiental y los desastres "naturales" detonados por cambios climáticos que indujeron los gases carbónicos liberados en la atmósfera terrestre por los megaprocesos industriales de desarrollo. Según cifras oficiales del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional --agencias de la ONU dedicadas a concretar los "ideales" de 1949-- por lo menos 1.300 millones de seres viven actualmente muy por debajo del índice de pobreza, con menos de un dólar diario para satisfacer sus necesidades. Ya no se habla de "desarrollo" a secas, sino de desarrollo "humano" o "sustentable", pero ello no modifica en absoluto su derrumbe en la agonía.

El sociólogo mexicano Gustavo Esteva destacó que aquel 20 de enero unos 2.000 millones de individuos dejaron de ser lo que eran, se esfumó su diversidad y fueron reinventados para responder a la realidad de otras personas: eran como una imagen en un gigantesco espejo que los achicaba y los ponía al final de una larguísima fila. El espejo definía su identidad, y lo que era una mayoría heterogénea y variada, se convertía en una minoría homogeneizada y estrecha. "El 'subdesarrollo' convertía a la historia meramente en un programa necesario e inevitable: esa sociedad decolaba desde un estado retrasado que evolucionaría 'naturalmente' hacia el estado de la sociedad industrial. Occidente presuponía que la totalidad del mundo diverso tenía que seguir el rumbo occidental aunque el modo industrial de producción fuese una de muchas formas posibles de vida. Así, la historia fue reformulada en términos occidentales. El 'desarrollo' no sólo permitía que Occidente prosiguiera su dominación, sino que convocaba a los líderes de los países nuevos. Estos líderes habían conquistado previamente su poder unificando a sus pueblos en la lucha contra los poderes coloniales. Ahora que la batalla había sido ganada, debían hallar una nueva causa para mantener unida a la población y dependiente de los líderes nacionalistas".
De ese modo, el "desarrollo nacional" se convirtió en la meta principal de los nuevos estados independientes. A la gente, ahora librada de las cadenas coloniales, se le pedía el sacrificio de construir una nación que pudiera ser disfrutada por sus hijos. Al provenir de sus heroicos líderes, ese requerimiento difícilmente podía ser resistido. Así, el "desarrollo" fue destruyendo los sistemas y dinámicas tradicionales, desde el punto que dejaron trunco los colonizadores antiguos. Se impusieron los modelos políticos, económicos y sociales occidentales, con lo cual se inauguró una versión nativa de la misión civilizadora, a medida que los gobiernos impulsaban la "modernización" hacia segmentos cada vez mayores de las poblaciones. Así, colmaban el preconcepto de una historia singular apuntada al ideal de la nación "desarrollada". Esteva remarcó que "el proceso de descolonización institucionalizó las cicatrices del colonialismo. La política global trasladó el control físico de los poderes coloniales sobre sus posesiones hacia la más sutil y manipuladora dominación diplomática del Norte sobre el Sur." [4]

Tanto la "Alianza para el Progreso" promovida por la Casa Blanca en los años ´60, como el concepto "Desarrollo Sustentable" adoptado en 1987 a partir del Informe Brundtland de la Comisión Mundial de la ONU sobre Ambiente y Desarrollo, fueron vueltas de tuerca de un constante proceso de uniformización y homogeneización de la cultura mundial. La globalización financiera ha venido diluyendo inflexiblemente las resistencias regionales. El estilo estadounidense de vida parecería ser la única vía de acceso a la plenitud y a la felicidad. Entretanto, a la par de la pérdida de la biodiversidad de los paisajes, la flora y la fauna del globo, también va desapareciendo la diversidad cultural de los pueblos.

De acuerdo con datos provistos por la CEPAL (Comisión Económica de Naciones Unidas para América Latina y el Caribe), la deuda externa de Latinoamérica pasó de 100.000 millones de dólares en 1981 a 373.000 millones en 1986. La UNESCO (Organización de la ONU para la Ciencia, la Educación y la Cultura) aludió al derroche de determinadas materias primas (aluminio, cobre, níquel y platino) y señaló que el consumo mundial para fines militares sobrepasaba todas las demandas juntas de América Latina, Africa y Asia. En 1982, para fabricar doscientos misiles balísticos intercontinentales hicieron falta 10.000 toneladas de aluminio, 2.500 toneladas de cromo, 150 toneladas de titanio, 24 toneladas de bario, 890.000 toneladas de acero y 2.400.000 toneladas de cemento. Todo ello extraído de las entrañas de la Tierra con gran impacto ambiental y procesado con un descomunal caudal de energía eléctrica. En septiembre de ese año, en la revista El Correo de la Unesco, el politicólogo estadounidense Richard Falk decía que "la trampa del endeudamiento en que se ven atrapados los gobiernos del Tercer Mundo da lugar a nuevas formas de dependencia que limitan el pleno ejercicio de los derechos soberanos y que impiden la aplicación de formas nacionales de desarrollo". [5

III - Tiempos tormentosos

Llegamos a finales del siglo XX con evidencias extremas sobre una situación de emergencia en torno de la Espacionave Tierra. Todas las semanas, la red informativa CNN brinda un servicio llamado Earthweek - A Diary of the Planet donde puntualiza los detalles más críticos de la situación ambiental global.

Abrió setiembre de 1999 con una lectura sobre temperaturas extremas: más de 45 grados centígrados en la capital de Kuwait y 40 grados bajo cero en Vostok (Rusia). Citaba luego un informe del Fondo Mundial de la Naturaleza (WWW) según el cual numerosos centros turísticos tradicionales estarían ante la posibilidad de un colapso debido al recalentamiento ambiental. Se reduciría la temporada de nieve en los centros de esquí, los días de calor extremo invalidarían puntos clave del Mediterráneo, muchos bosques antiguos se incendiarían espontáneamente y enfermedades como la malaria irrumpirían en lugares inéditos. Resumía: "lugares altamente rentables pasarían a lucir como vacaciones de terror".

Después de los huracanes Dennis y Cindy, el Floyd paralizaría la costa este de Estados Unidos con millones de evacuados. Unos 600 camiones quedaron varados en la cordillera de los Andes, en el linde entre Argentina y Chile, cuando una tormenta de nieve bloqueó el túnel Cristo Redentor. En Turquía y Grecia se reponían de fuertes terremotos, y otros se hacían sentir en Nueva Zelanda, el norte de Filipinas y el centrosur de Alaska. Había más de 2.000 incendios forestales fuera de control en Brasil, y temores de eventos similares en las montañas de San Bernardino (California). Una inaudita invasión de medusas y aguavivas preocupaba a los nadadores en la costa italiana (especialmente en la famosa Portofino). En el Mar del Norte había delfines privados de su sentido de orientación.

No extrañó entonces a los entendidos que a mediados de mes, desde el Centro Antártico Internacional de Nueva Zelanda, el presidente Bill Clinton de Estados Unidos advirtiera que los cambios climáticos podrían llevarnos a un cataclismo incontrolable. Dijo: "Los cinco años más cálidos desde el siglo XV se han dado en los años ´90. El consenso mayoritario de la opinión científica mundial es que los gases de invernadero emitidos por la actividad humana están elevando la temperatura de la Tierra de modo veloz e intolerable... El problema debe ser encarado entre todas las naciones, ya que los niveles de emisiones están aumentando con mayor velocidad en las naciones en desarrollo. Abogo para que la comunidad internacional se convenza de los beneficios que traería el uso de las energías alternativas".

Ese mismo día, Naciones Unidas presentó dos documentos que calzaban puntualmente en el cuadro general. Por un lado, el Programa Ambiental de la ONU (Pnuma) daba a conocer el Informe Global-Geo 2000, donde indicaba: "la concentración de dióxido de carbono, uno de los gases de invernadero, alcanzó niveles récord. Y el recalentamiento causa cada vez más catástrofes ambientales que durante la última década causaron la muerte a tres millones de personas. El ciclo mundial de renovación del agua parece incapaz de responder a las demandas del futuro, la degradación de los suelos anuló numerosas conquistas realizadas en la productividad agrícola, y la contaminación del aire alcanzó niveles de crisis en muchas ciudades".

A su vez, el Banco Mundial distribuyó su informe En los umbrales del Siglo XXI (o WDR - World Development Report), que resaltaba: "Las migraciones están causando cambios dramáticos en el perfil demográfico, tanto de las naciones industrializadas como en los países en desarrollo". Con la previsión de un crecimiento del número de necesitados, la distancia entre ricos y pobres aumenta en ambas regiones, y los recursos oficiales se empequeñecen: "En este momento, la batalla por el desarrollo se está perdiendo y el mundo anda para atrás".

Tres capítulos del estudio están centrados en los efectos de la globalización sobre el desarrollo en tres áreas: las finanzas internacionales, la integración comercial y la degradación ambiental.

Según el WDR, la tendencia a transferir la producción industrial hacia los países en desarrollo agravará la problemática de la contaminación atmosférica: para la mayoría de los niños de las ciudades de estas naciones, respirar el aire urbano podría ser tan perjudicial a la salud como fumar dos atados de cigarrillos diarios. "De los 4.400 millones de personas que viven en el mundo en desarrollo, casi tres quintos no poseen saneamiento básico, y un tercio no tiene acceso al agua potable, 25 por ciento carece de habitación adecuada y un quinto no cuenta con servicios modernos de medicina. Uno de cada cinco niños no llega a completar la escuela primaria, y un porcentaje semejante no consume la cantidad de proteínas y calorías necesarias. Este dato explica, en parte, por qué aproximadamente 9 millones de niños con menos de 5 años mueren todos los años en las naciones pobres, víctimas de enfermedades que podrían prevenirse totalmente". Parecían palabras de Greenpeace, pero pertenecían a Joseph Stiglitz, entonces economista-jefe del Banco Mundial.

Las proyecciones demográficas indican que la población mundial parará de crecer a mediados del siglo próximo. Pero hasta ahí, casi se duplicará el número de habitantes del planeta, de los 6.000 millones actuales a unos 10.000 millones hacia el 2050. Con todo lo que eso significará en demanda de alimentos y agua potable, efluentes cloacales y producción de basura casera. En un mundo donde ya hay --aquí y ahora-- más de 1.000 millones de desnutridos.

Casi el 90 por ciento de la población urbana del futuro pertenecerá al mundo en desarrollo, que dentro de 15 años albergará a 80 de las 100 mayores metrópolis del globo. Los esfuerzos hechos durante el último medio siglo para mejorar las condiciones de vida del antaño llamado Tercer Mundo, han fracasado. Al despuntar el siglo XXI habrá 1.500 millones de seres humanos "viviendo" apenas con un dólar diario. De paso, el Sida, solamente en Africa, ya afecta a 250 millones de niños, en su mayoría huérfanos.

Por primera vez, el Banco Mundial evalúa minuciosamente los impactos de la globalización en la ecuación finanzas-mercados-medio ambiente: "La globalización y la descentralización pueden revolucionar el panorama del desarrollo o conducir al caos y aumentar el sufrimiento humano". Nada más, nada menos.

Vemos, y resaltamos, que según el WDR, un número creciente de los más pobres vive en las ciudades. Hacia 1950, las poblaciones urbanas y rurales de países pobres y ricos eran más o menos las mismas: giraban en torno de los 300 millones. El año próximo, las ciudades de las naciones en desarrollo contendrán unos 2.000 millones de individuos, más que el doble que el número de residentes urbanos de los países ricos. En consecuencia, crecerá la demanda de servicios básicos --hoy escasos-- como el agua potable, las cloacas, los transportes, atención primaria de la salud, pautas de seguridad alimentaria y control de la violencia delictiva.

Entonces, aquella Declaración de Río que coronó la ECO 92 se presenta ahora como una tibia invocación medioambiental superada patéticamente por la realidad de fin de siglo. El mundo se presenta cada día más pequeño pero, al mismo tiempo, más complejo. Nunca antes había sido tan urgente abordar el llamado "desarrollo humano" con criterios generativos y transformacionales. Sabemos que los adelantos de la medicina, innovaciones como los filtros de agua, las cámaras sépticas, los generadores portátiles, el aire acondicionado y las comunicaciones digitales mejoraron la calidad de vida del mundo desarrollado. ¿Pero incrementaron la calidad de su existencia espiritual? ¿Por qué hay entonces tanta violencia nihilista, alcoholismo, toxicomanía, abuso sexual de menores y manicomios repletos?

No cabe duda: es preciso repensar el concepto de "progreso" y recuperar el sentido de la piedad y la justicia. El mero desarrollo económico no previene la aberración distributiva. Asimismo, la expansión de las ciudades no puede quedar librada al azar. Una nueva ciencia del diseño tendría que casarse con la gestión municipal y las políticas nacionales. Y ante la ausencia de políticos visionarios, son los individuos más lúcidos del mundo empresarial, ecológico, educacional, terapéutico y religioso los que deberían ir en dirección de un Nuevo Pacto Planetario, rebosante de imaginación, innovación y ternura. Caso contrario, como enseña la Historia, todo será silencio, desolación y olvido.

IV - La plaga conglomerada

Nuestro mundo viene convirtiéndose en un gigantesco campo de concentración: nadie se atreve a encarar el tema. Resulta demasiado grande. Demasiado definitivo.

Un neo-feudalismo electrónico se desarrolla a velocidad descomunal y los datos abundan por doquier para quien quiera registrarlos: pero conservadores y progresistas prefieren seguir adorando los fetiches de antaño, más fáciles de clasificar.

La expropiación de la vida es total. Todo ítem viviente es pasible de convertirse en commodity (mercancía cotizable en las bolsas de comercio). El germoplasma, los genes, los órganos para trasplantes y el gas carbónico ya fueron confiscados. El "futuro" o la creación de una atmósfera en Marte ya están cotizándose en secreto. La cadena Hilton ya compró los derechos para el primer hotel orbital de la historia terrestre. No se menciona: la individualidad se siente impotente ante tan descomunal empresa.

Quedaron atrás como tópico los ajustes estructurales, la ponderación del libre mercado, las desregulaciones, la cancelación de los Estados nacionales y las monedas autóctonas: el planeta entero está en vías de privatización. La globalización pasó a ser una ideología no debatible: el globalismo. Sinónimo de totalismo: la sociedad como prisión donde todos deambulamos en "libertad condicional" sin saber cómo nos ganaremos el pan mañana. Nada más maleable que un hombre en estado de incertidumbre.

Ya en la primera quincena del año 2000 hubo un par de acontecimientos que ilustraron inequívocamente el arrollador esquema totalizador diseñado para el nuevo siglo desde los megacentros donde se intenta decidir el porvenir de la humanidad. Primero, en Estados Unidos, la fusión AOL-Time Warner: las bodas de la Internet con los titanes del entretenimiento masivo (diez días después adquirieron el control de Emi Music, la mayor discográfica del globo). Segundo, en Gran Bretaña, se fusionaron los gigantes farmacéuticos Glaxo Wellcome y Smithkline Beecham, cosa que los convirtió en el mayor conglomerado del mundo, en tanto círculos financieros de Europa preanunciaban --en el mismo ramo-- la consolidación de los laboratorios Pfizer y Warner-Lambert en una sola firma.

Entretanto, la TV y los diarios globalizados se esmeraron --como de costumbre-- en omitir un dato definitivo. En nombre de un llamado Compacto Global, Kofi Annan --secretario general de Naciones Unidas-- formalizó una "alianza" operativa entre la ONU y las mayores corporaciones transnacionales. Por lo tanto, cada uno de nosotros ha ingresado de lleno a la categoría de commodity.

La expropiación de la temática ambientalista, velada en tiempos de la Conferencia de Estocolmo sobre Ambiente Humano (1972) y harto explícita a la hora de la Cumbre de Rio sobre Medio Ambiente y Desarrollo (ECO 92) --con el mismo personaje como Secretario General de ambas: el magnate canadiense Maurice Strong-- ahora quedó consumada. Bajo un lema ubicuo y maleable según el interés de las partes poderosas de cualquier tratado internacional firmado en el seno de la ONU (desarrollo sustentable), todo es hoy manipulable, siempre en detrimento de los intereses genuinos de los pueblos.

Decenas de fundaciones y ONGs solventadas por las megacorporaciones (ahora llamadas "consolidados") confiscaron por completo el discurso verde. Dispones de ingentes recursos para asistir a cuanta reunión cumbre haya en el globo, disponen de generosos fondos para editar vistosas publicaciones, y contratan a talentosos "formadores de opinión pública" que acompañan a esas entidades en cada instancia del debate en los foros internacionales.

En la jerga específica, el mecanismo se llama en inglés cooption (cooptación). Consiste en apoderarse de emblemas honorables para causas hipócritas. Finalmente, con tanto asesoramiento profesional e imagen de "responsabilidad ambiental", los grandes defensores mundiales del mundo natural son actualmente los mismos hiperconglomerados que inciden en su destrucción a través de las compañías que manejan como en el antiguo juego infantil El Estanciero (conocido en el mundo angloparlante como Monopoly). Inocentemente, se jugaba a vender o comprar estancias, ferrocarriles, pozos petroleros, etc. Ahora, el juego se practica en las Bolsas de Valores. Y ya no es más un juego, sino una rutina de conquista planetaria.

De paso, para ajustar durante el siglo 21 su papel facilitador del asalto final, la ONU atraviesa un proceso de "reforma" llamado Comisión de Gobernabilidad Global, donde como consejero especial del Secretario General Annan aparece una vez más el petrolero Strong. Que se mueve anfibiamente en círculos de Naciones Unidas o en redes megacorporativas como el Consejo Empresarial Mundial para el Desarrollo Sustentable, y a la vez incide en el mundillo no gubernamental desde una poderosa (presunta) ONG llamada Consejo de la Tierra, con sede en Costa Rica, con vistosísimas páginas electrónicas en la Internet y permanentes seminarios internacionales que atraen a muchos jóvenes idealistas.

Creer que es preciso combatir esta expropiación constante con las herramientas clásicas de denuncias y contra-información, es perder el tiempo. A tal punto están bien organizados los cooptadores que convocan a las ONG revolucionarias a sentarse ante la misma mesa de "negociaciones". Alegan que tienen como misión primordial el diálogo entre los "sectores independientes". Lo cual equivale a una especie de invitación donde el verdugo desafía al reo a sentarse frente a un tablero de ajedrez... en tanto llega la hora de la ejecución.

Tres son los principios que deben ser perseguidos nuevamente por quienes no quieren ser "idiotas útiles" del asalto final a la soberanía individual. Que cohesionaban antaño a los pueblos, y que el globalismo trata de borrar de la memoria colectiva.

El trabajo imprescindible va en otra dirección:

• la descentralización social
• la autonomía (educativa, energética, alimentaria, etc.)
• la solidaridad "de base" (fraternidad real)



No es este el momento ni el lugar para un extenso tratado programático. Dadas las reglas del juego, sabemos que toda buena idea será de inmediato expropiada por los nuevos conquistadores. Que como en todas las épocas, siempre tienen una capacidad mimética infinita. De ese modo, desbarataron los impulsos libertarios de San Martín y de Bolívar. No fue por accidente que ambos terminaran sus días en el ostracismo.

No obstante, para concluir, se puede esbozar una teoría de las Ciudades Verdes, pues aquí el protagonismo comunitario no puede ser usurpado por ONGs cooptadoras.

Cada vez con mayor nitidez, las áreas urbanas donde tratamos de vivir se van haciendo más y más insostenibles. No pueden "sostenerse" apropiadamente porque se han vuelto dependientes de fuentes distantes (y menguantes) de alimentos, agua potable, energía y materiales básicos. Los cursos hídricos se han vuelto receptores de cualquier cosa, desde vertidos agroquímicos hasta líquidos cloacales. Las tierras fértiles circundantes son ocupadas por construcciones de todo tipo. Las tierras públicas (fiscales) se van privatizando. Suelos y acuíferos se emponzoñan con los sueros lixiviados por los basurales. Las emisiones carbónicas de los combustibles fósiles agobian la pureza del aire. El ruido urbano trepida en los tímpanos. Se multiplican las "gentes sin casa" y los "niños en la calle". El SIDA hace estragos. La juventud sin rumbo se autodestruye. La TV globalizada promueve el autismo, la pasividad cívica y el consumismo mecánico. Y los diminutos enclaves de vegetación nativa son permanentemente amenazados, reducidos.

Las demandas que las ciudades hacen a sus biorregiones, así como a regiones distantes se multiplican cientos de veces a medida que menguan los recursos. PERO ESTE ASUNTO CRUCIAL NO CAUSA IMPACTO EN LAS POLITICAS MUNICIPALES. Urge por lo tanto una profunda mudanza de las premisas fundamentales y las actividades de la vida urbana.

Las ciudades tienen que volverse verdes. Tienen que transformarse en lugares donde la vida plena sea prioritaria y regenerativa. Potencial o activamente, ya existen iniciativas aisladas que constituyen un notable reservorio de buenas ideas y manos dispuestas. Es preciso, entonces, que la gente alerta confluya y despliegue propuestas dinámicas para un vasto programa de cambios. Propuestas que puedan ser apoyadas por el público en general a fin de prevenir mayores deterioros de la región y estimularlo en dirección a la autosuficiencia. Es preciso hilar sin espectacularidad ni paranoia todas las visiones y todas las sugerencias viables.

No se impulsan las energías renovables (solar o eólica). La expansión de gigantescos shoppings y locales de comidas rápidas estandarizadas aniquilan la diversidad cultural, y anulan los remanentes de pequeños comercios autónomos, y la vida familiar y social a nivel del barrio. Los parques públicos pierden superficie a expensas de permisos especiales de construcción sin que el gobierno local los proteja de la uniformización o asegure la adquisición de espacios substitutos.

Todo programa ya existente de Ciudades Verdes, tanto en América Latina, en Africa, como en las naciones en transición del Este europeo, apelan a los valores y las prácticas de un nuevo tipo de residente urbano, y al énfasis en las variaciones requeridas en la política municipal a fin de crear un futuro más vivible. Son primordiales aquí los principios de la autosuficiencia y la autovalía. Los equipos operativos de la Ciudad Verde pueden elaborar una plataforma para el cambio --a buena distancia de las burocracias partidistas-- ceñida a las características de la respectiva ciudad o pueblo. Una vez hecha pública, será una herramienta poderosa para presionar a funcionarios, candidatos, políticos, sindicalistas y empresarios.

Entre la defoliación y la pavimentación incesantes, hay que dar respuesta a los siguientes rubros:

Planificación urbana - transporte conveniente - energías renovables - carácter y potenciación del vecindario - reciclaje y reuso de materiales - celebración de la vitalidad de la zona donde se habita - hábitats silvestres urbanos - pequeños negocios socialmente responsables - cooperativas de trabajo y de consumo - clubes de trueque - medios comunitarios de comunicación - autodeterminación ciudadana - bancos populares - asistencia a los desprotegidos - prevención de enfermedades - ecoeducación - zonificación electoral - candidatos municipales elegidos por la comunidad y no por los aparatos partidarios políticos - monitoreo de las actividades de los legisladores locales - control del presupuesto metropolitano - neutralización de la ofensiva publicitaria - verdificación del espacio común - etc.

Lo que cada ciudad requiere es una especie de Cabildo Verde a nivel barrial, donde en vez del divague denunciador se boceten y encaminen proyectos modulares enfocados en algunos de los temas arriba mencionados, o los que dicte la realidad del momento. Las escuelas, los clubes barriales y los colegios pueden ser su base de operaciones en horarios compatibles con sus actividades específicas: recuérdese que los edificios públicos son propiedad del pueblo, no un feudo de los gobernantes de turno.

A menos que la gente establezca su propia agenda y las buenas ideas sean convertidas en acciones contagiosas, seguiremos siendo víctimas de la torpeza, la mediocridad, el abuso o la corrupción. Ya sean locales, provinciales, nacionales, o transnacionales.

Podemos empezar a construir una sociedad de Ciudades Verdes, donde la gente viva en armonía entre sí y la Naturaleza. Donde se atiendan no sólo las necesidades materiales sino también las espirituales. Donde el logro de la equidad social sea una labor constante y no apenas un slogan de tiempos electorales. Y donde el hecho de haber nacido sea una bendición, no un castigo. Así, de la inmolación nuestra de cada día podríamos pasar a la plenitud y a la ternura de cada instante.

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[1] ECO CONTEMPORANEO, número 1. Buenos Aires, noviembre-diciembre. 1961
[2] RADIOGRAFIA DE LA PAMPA, Ezequiel Martínez Estrada. Losada, Buenos Aires, 1942.
[3] DISCEPOLO Y SU EPOCA, Norberto Galasso. J. Alvarez, Buenos Aires, 1967.
[4] YOUTH SOURCEBOOK ON SUSTAINABLE DEVELOPMENT. IISD, Winnipeg, 1995.
[5] ECOFALACIAS, Miguel Grinberg. Galerna, Buenos Aires, 1999.


* Profesor de la Maestría de Gestión Ambiental en la Universidad Nacional de General San Martín, Argentina.

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